
La primera frase de un relato, de una novela, de una carta, me parece primordial. Ayer abrí un libro que hacía tiempo andaba persiguiendo y leo: «Yo también vine a Paraíso Alto a suicidarme». Lees esto y ya no puedes parar. ¡Dios! . Yo nuca sé cómo comenzar un miserable cuento. Así que tras esta explicación que no sé muy bien a qué viene, confieso que lo que más me gusta de este mundo es inventarme la vida de los otros. La mía no. No merece la pena, ni inventada dejaría de ser una birria. Pero imaginarse la vida de los otros… Ufff es lo más. En este menester paso gran parte de mi tiempo, nadie lo entiende, pero a mí me da igual. Hoy le ha tocado el turno a una pareja de ancianos que hace unos días desayunaban a mi lado. Hoy, precisamente hoy que pensaba darme día libre porque hace un viento amarillo que no presagia nada bueno. Espero que el cielo y la tierra sigan en su sitio.
Pues bien, estaba tan a gusto balanceándome con mis musarañas cuando de pronto oigo: «Que, qué miras, ¿hay globos en el techo?» era la voz de la mujer. La vieja. Una voz seca, ácida, áspera como la lija . El hombre. El viejo no la oye, ni la escucha, sigue a lo suyo, lento, apático y callado moja una y otra vez su croissant. Ella insiste, le reprocha su silencio, su mirada perdida su ausencia. Esta mañana de domingo, la mujer, se ha vendado los ojos, no se resigna, no quiere ver que ya casi todo está perdido.
El abismo que cubre la mesa de los ancianos me atrapa Los miro, y me pregunto ¿A dónde iremos? Dónde está aquello que necesitamos para llenar el vacío. La oquedad que nos abruma. ¡Vale! no quiero engancharme, no es mi vida. Retomo mi fábula y me digo: Seguro que se aman, se aman con ese amor que amontona los días, con ese amor construido de repeticiones, de compartir lecho durante años, desayunos, cenas, zapatillas, camisas, calcetines, dejar de fumar, seguir fumando, gripes, y coladas revueltas de costumbre. Costumbre, tal vez, más fuerte que el amor. A este hombre, a este viejo ya nada la hiere, se ha desenganchado de las servidumbres terrenales. Su trabajo de soldador, de peón, de albañil, de fontanero…La boda de sus hijos, la comunión de los nietos, las ilusiones, los proyectos, los días de lluvia que tanto le gustaban, los fines de semana en el pueblo, la mili, los amigos todo ha quedado sepultado bajo un montón de piedras. Ensimismado, sin ubicación posible le resbala que la mujer. La vieja le interrogue sobre globos, palomas o mariposas. Su lugar ya no es el mismo. . Hace tiempo que no la mira con hambre, con ganas. Ya no folla, ya no hace el amor, ya no nombra su nombre. Los arrebatos, el hormigueo, el vértigo, la llamarada, duermen un sueño eterno en la espesura del tiempo. Una nube blanca navega en su cabeza y su vida ha comenzado a transitar por una desierto de sombras con una luz de limbo y un viento que silba siempre la misma canción.
No pude resistirme. Antes de abandonar el café le entregué a la mujer, escrita en una servilleta de papel, la letra de la canción «las hojas muertas»
Oh, quisiera tanto que recordaras
los días hermosos en los
cuales éramos amigos
en aquel tiempo la vida era más bella
y el sol brillaba más alto que hoy
las hojas muertas se recogen con pala
los recuerdos y los lamentos también
y el viento del norte los lleva
hacia la fría noche del olvido
tú me amabas y yo te
amaba
y vivíamos los dos juntos
pero la vida separa
aquellos que se aman
suavemente
sin hacer ruido.
Hubiera querido decirle también: Mujer, no malgaste este día, lea y verá que en la tristeza también puede encontrar belleza. Deje de darle vueltas, El tiempo no gira. El tiempo avanza. Lo que va no vuelve, y tenga presente que solo la eternidad no acabará desmoronada, lo demás TODO ES MENTIRA.
Acabo de enterarme que existe un programa en la «tele» que se llama «Todo es mentira». ¡ Vaya!. 11/11/2019
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